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Del primer adiós al nuevo comienzo

  • 27 Nov 2025
  • Opinión
per Carles Matamoros
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Es probable que esta historia felizmente inacabada, la de mi trayectoria laboral (y vital) en Intermèdia, empiece en un tanatorio, más concretamente en el de Sancho de Ávila. Puede parecer una ubicación sorprendente, pero fue allí donde vi por primera vez en acción a Toni Rodríguez. Su tarea no era otra que enseñarnos, a un par de potenciales redactores de la agencia, cómo hacer lo que podría ser nuestro primer trabajo fuera de la facultad: escribir regularmente perfiles biográficos de personas fallecidas. Sin poder disimular los nervios de aquel primer día, vimos cómo Toni, con un equilibrio entre pudor y atrevimiento, entraba en una sala de velatorio para localizar al representante de la familia del difunto a quien debía entrevistar. No parecía un paso fácil, pero se las apañó y, un par de minutos después, ya se había ganado la confianza de su interlocutor, que le respondía a un conjunto de preguntas necesarias para dar forma a la futura semblanza. La conversación, de una intimidad contenida, no solo fue reveladora del carácter, las aficiones o las parejas sentimentales del difunto, sino también del impacto que la posguerra o la transformación del barrio habían tenido en su vida. De la microhistoria a la macrohistoria.

Sin haber asimilado aún aquel intercambio, nuestro día de prácticas prosiguió en el funeral celebrado en el mismo tanatorio. Allí, ubicados en la última fila para no interferir en la ceremonia, acompañamos a Toni en su rol de cronista: una libreta fue testigo de las melodías que interpretaban los músicos, del discurso del diácono y de las palabras leídas por los familiares. Toda esta información, recopilada en poco más de una hora, daría pie a la elaboración de una crónica de una despedida: el servicio personalizado que Mémora, la principal empresa funeraria de España, ofrecía a las familias de los difuntos barceloneses para que tuvieran un recuerdo plasmado en palabras, un pedazo de memoria sentimental y periodística de quien acababa de dejarlos. Las crónicas, así las llamábamos nosotros, se enviaban por correo postal a las familias un mes después del funeral. En total se entregaban diez ejemplares en formato DIN A3 a doble cara, ilustrados con fotografías: el anverso estaba dedicado al perfil biográfico y el reverso a la ceremonia de despedida. Intermèdia se encargaba de redactar y maquetar el documento; Mémora, de imprimirlo y distribuirlo.

No hace falta decir que me lancé a la piscina aceptando el trabajo, a pesar de que aquel día no tenía nada claro cuál era el método para hacer las entrevistas sin perturbar la intimidad de los familiares. Poco a poco, le cogí el truco y, durante unos ocho meses, ejercí esta profesión tan singular: la de redactor de obituarios de personas anónimas. El proyecto que Intermèdia desarrollaba para Mémora no dejaba de crecer y la agencia me requirió para una nueva misión: convertirme en el coordinador del equipo que elaboraba las crónicas de una despedida. El cambio era notorio: del día a día como cronista en el Tanatorio de Les Corts al día a día como editor en la sede de Intermèdia, ubicada entonces en la calle de Entença. Allí, con un ordenador y una pila de papeles, asumí diversas tareas: corregir y maquetar los textos, interlocutar con las familias, contactar con el cliente para garantizar que el proceso avanzaba… Con la ayuda inestimable de Eva Pallàs, que parecía conocer todos los entresijos del proyecto y que fue, a la vez, una generosa anfitriona laboral, Intermèdia logró un reto difícil: reducir drásticamente el tiempo de entrega de las semblanzas, algo que nos permitió ofrecer un mejor servicio a Mémora y, muy particularmente, a las familias.

Con el tiempo, llegarían muchas novedades: la actualización del diseño de las crónicas, la implantación de un nuevo método para hacer las entrevistas a los familiares por teléfono, el desarrollo de una plataforma digital para sistematizar la maquetación y la facturación… Aunque el avance más significativo, a título personal, fue la creación de un departamento de contenidos en Intermèdia que tuve la fortuna de coliderar. Se trataba de un verdadero equipo, con colaboradores esporádicos y redactores estables, en el cual compartí el rol de editor con Marta Cánovas y, posteriormente, con Mónica Jordan y Ricard Berrocal, sin olvidarme de Àlex Titos, el hombre que llegaba de madrugada para leer todos los diarios impresos y recortar aquellas noticias que podían interesar al resto de clientes de la agencia. No debemos olvidar que entonces lo que se decía en las redes sociales o en los medios digitales pesaba mucho menos que aquello que quedaba por escrito en los periódicos.

Unos años después, cuando el proyecto de las crónicas ya iba a la baja, di el salto a la comunicación corporativa para integrarme en el equipo de Roser Alcocer, una de las directoras de cuentas más experimentadas de la agencia y una excelente compañera. Con ella aprendí una nueva profesión, que implicaba organizar actos, escribir notas de prensa, interlocutar con periodistas o diseñar estrategias comunicativas. Siempre me había considerado un periodista tradicional, pero me sentí seducido por esta aventura profesional, en la cual procuré aprender de los clientes que ella gestionaba, como Cementiris de Barcelona, el Colegio de la Abogacía de Barcelona, el Colegio de Procuradores de los Tribunales de Barcelona o la Fundació puntCAT. Mientras me iba formando y reinventando, en Intermèdia abundaban los cambios y los altibajos, con dos nuevos directores en relativamente poco tiempo (primero Jordi Juan y después Albert Puig) y con un traslado a unas nuevas oficinas, en un ático de la Avenida Diagonal, cerca de Enric Granados. La crisis del sector no nos era ajena y nos tocó sufrir un poco, pero salimos bastante bien parados. Con la llegada a la dirección de Albert Ortas vendría una nueva etapa de estabilidad.

La experiencia implicaría nuevas responsabilidades y la gestión de mis primeros clientes en solitario. Quizás el caso más significativo ha sido el de Parlem Telecom, con quien he acabado estableciendo una relación de confianza que perdura en el tiempo, después de una primera etapa del proyecto en compañía de Roser y Albert. La satisfacción de acompañar comunicativamente a una empresa y a todo su equipo humano, liderado por Ernest Pérez Mas y Xavier Capellades, en su crecimiento exponencial —desde ser una start-up hasta convertirse en un grupo de telecomunicaciones que cotiza en bolsa— deja huella y otorga sentido a nuestro trabajo.

En este último período como director de proyectos también ha sido un placer experimentar el retorno del Colegio de Procuradores, con nuevas caras que miran por el futuro de la profesión —como el decano Javier Segura Zariquiey y la vicedecana Margarita Ribas—, así como la irrupción del Gremio de Garajes de Barcelona y Provincia, con Xavi Ferrer como presidente, que me ha permitido conocer de cerca el sector de la movilidad. Tampoco quisiera olvidarme de la GSMA, el cliente que más me ha hecho madrugar —junto con mis tres hijos— en la última década para poder elaborar un resumen de prensa político y económico diario.

Y, como no podía ser de otra manera, las últimas palabras deben ser de agradecimiento a mis compañeros y compañeras desde 2008 hasta 2025, año en el que puedo considerar Intermèdia una segunda casa —ahora en el quinto piso del mismo edificio de la Diagonal— que no deja de crecer, con la integración de los equipos de IP Comunicación y Undatia, y que ya ha dado paso a una nueva generación bajo el liderazgo de Aina Rodríguez. ¡Celebremoslo!