En pleno siglo XXI, la innovación ya no es un lujo, sino una necesidad vital para la supervivencia y el crecimiento de las organizaciones. Las empresas que quieren mantenerse competitivas deben aprender a anticiparse, imaginar nuevos escenarios y adaptarse constantemente. En este contexto, el papel de los directivos es clave: no basta con gestionar el presente; es necesario tener la capacidad y el coraje de proyectar el futuro. Por eso debemos desafiar a los ejecutivos a desarrollar una visión estratégica innovadora, capaz de inspirar a los equipos y de abrir nuevos caminos. Hay que enamorarse de los problemas y no de las soluciones. Este es el principal aprendizaje que nos dejó la conferencia del profesor Joaquim Vilà, organizada por Intermèdia Comunicació y celebrada en el IESE bajo el título “Elon Musk: el empresario que no acepta lo imposible”.
La innovación nace a menudo de una visión que rompe con los esquemas establecidos.
Un ejemplo paradigmático es Elon Musk y su empresa SpaceX. Musk desafió la lógica dominante de la industria aeroespacial, marcada durante décadas por la dependencia de los gobiernos y por costes astronómicos. Su apuesta por reutilizar cohetes y reducir drásticamente los costes de los lanzamientos pareció, en un principio, una idea utópica. Sin embargo, esa visión de futuro —basada en la convicción de que la humanidad debía convertirse en una especie multiplanetaria— transformó por completo el sector. SpaceX no solo ha revolucionado la tecnología espacial, sino también la manera en que pensamos la innovación y el liderazgo.
El caso de Musk ejemplifica una idea fundamental: la innovación requiere una visión con propósito. Los directivos no pueden limitarse a maximizar beneficios a corto plazo; deben inspirar a sus equipos con un objetivo que vaya más allá del beneficio inmediato. Cuando una empresa comunica claramente una misión con sentido —como explorar nuevos horizontes, hacer el mundo más sostenible o mejorar la vida de las personas—, consigue generar un vínculo emocional con los trabajadores y con la sociedad. Ese propósito se convierte en una fuerza de atracción que impulsa la creatividad, el compromiso y la retención del talento.
Durante la conferencia se planteó una pregunta esencial: ¿de dónde nacen las buenas ideas? Y las buenas ideas, sobre todo, surgen de las preguntas adecuadas. En este sentido, una empresa innovadora es también una empresa atractiva para sus trabajadores. Los profesionales más cualificados buscan hoy entornos donde puedan aportar ideas, crecer personalmente y sentir que su trabajo contribuye a un proyecto significativo. Cuando ven que la dirección apuesta por la investigación, la experimentación y una visión de futuro, se implican más profundamente y se convierten en parte activa del proceso de innovación. Por el contrario, las empresas que se mantienen rígidas, sin abrirse al cambio o sin transmitir un propósito claro, corren el riesgo de quedar obsoletas y de perder su capital humano más valioso.
Por todo ello, es necesario desafiar a los directivos a ser verdaderos visionarios. No se trata solo de seguir las tendencias, sino de crear nuevas. De atreverse a pensar en aquello que aún no existe y de tener la determinación para convertirlo en realidad. Las empresas del futuro serán aquellas que sepan conjugar innovación, propósito y liderazgo inspirador. En definitiva, innovar no es solo una estrategia de negocio: es una forma de mirar el mundo y de imaginar lo que puede llegar a ser.