Como nos recuerda Elisabeth Carvajal en el último número de Capçalera, Aristóteles fue el primer pensador que formuló los tres actos en que se estructura el relato de una historia, planteamiento, nudo y desenlace, en una disertación en el Liceo de Atenas en la que exponía su «Poética o Arte de la creación literaria». Una obra que también distingue entre la voz, que sirve a todos los animales para comunicarse, y la palabra, que sirve a la humanidad para razonar.
En aquel tiempo el soporte básico y casi único de la narración estructurada era la oratoria. O el teatro. Es decir, la dramatización, que es la expresión más plástica del razonamiento. Hoy en día, las narraciones se vehiculan a través de plataformas híbridas de comunicación que combinan texto analógico, formatos digitales, imágenes audiovisuales y redes sociales. Pero el objetivo sigue siendo el mismo: tocar la fibra sensible.
¿Con qué objetivo? Aquí es donde radica la cuestión. Se diría que la única forma eficaz de comunicar -es decir, de influir- es mediante las emociones. Como ocurre en la ópera, el teatro, la publicidad, la comunicación corporativa, el periodismo o la simple propaganda. Como se ha hecho siempre en todas partes. Y como en todas partes, las intenciones pueden ser muy variadas. De ahí la importancia de saber quién controla las emociones, quien las mueve y con qué objetivos. Una tarea ardua pero necesaria que cada vez requiere más del ojo clínico de especialistas, como podría ser el caso de algunas agencias y algunos equipos de redacción como @newtral.es o @malditobulo, entre otros, aparecidos para certificar la veracidad de determinadas informaciones, sin duda intencionadas, que circulan libremente por la red.
¿Y cuál es el papel de las agencias de comunicación en todo esto? Pues más o menos, lo mismo que los medios tradicionales de información, de los que suelen ser interlocutor preferente: regirse por un código ético de transparencia que proteja los intereses de clientes, trabajadores, medios y stakeholders. ¿Se trata de una aspiración ingenua? Tal vez. Pero los ingenuos siempre podrán esgrimir el caso de grandes medios que en su momento optaron por la narración espúrea de determinadas historias partidistas y al final tuvieron que cerrar. ¿Fue un simple caso de mala suerte?
Feliz mes de julio.