Dijo Albert Einstein que si sólo tuviera una hora para resolver un problema del que dependiera su vida, usaría los primeros 55 minutos en formular la pregunta correcta y los otros 5 en resolverlo. Dicho en otras palabras: la vida inteligente depende de la información y, especialmente, de la información de calidad.
Preguntar bien nunca fue fácil. ¿Es posible obtener buenas respuestas sin antes haber hecho buenas preguntas?
Según los expertos, los niños y niñas (en adelante, los niños) suelen hacer unas 40.000 preguntas antes de alcanzar el uso de razón, que es un estadio que aparece entre los siete y los nueve años de edad, cuando el pensamiento mágico ha ido siendo sustituido poco a poco por la razón lógica. Es decir, cuando comienzan a considerar de otro modo a los Reyes Magos y la Iglesia considera llegado el momento de recibir la primera comunión, un sacramento que teóricamente marca el inicio de la edad adulta, aunque paradójicamente contenga más elementos mágicos que racionales.
En cualquier caso, son las respuestas a estas 40.000 preguntas las que permitirán que los niños adquieran una capacidad de análisis adecuada a sus necesidades de crecimiento. Los niños no están obligados a formular las preguntas cómo lo haría un adulto, ni los ignorantes (y en realidad todos lo somos) como lo haría un experto. Pero los adultos y los expertos sí están obligados a responder con la mayor precisión posible, para no confundir a los niños y ayudarles en su crecimiento.
Pero la interrogación es una herramienta de aprendizaje que a medida que va perdiendo inocencia provoca unas respuestas cada vez más y más interesadas, que el receptor debe saber valorar y contextualizar.
Ésta es precisamente la misión del periodismo y la comunicación: hacer buenas preguntas y elegir las buenas respuestas, tras haber rechazado las malas.
Nadie dijo que fuera fácil.
Feliz mes de junio.