EdContaba el profesor Oriol Amat en uno de nuestros últimos Intermedia Online que cada seis o siete años, nueve a lo sumo, la humanidad contemporánea vive una gran crisis económica global, más bien provocada por la codicia y la falta de control público que por las catástrofes naturales, las guerras o los virus.
En un sentido similar, el historiador Yuval Noah Harari escribe en «Homo Deus» que los enemigos ancestrales de la humanidad son el hambre, la guerra y la peste. Tres desgracias, añade, que no habían sido tan minimizadas ni tan controladas como ahora.
¿Cuál sería, pues, el principal enemigo actual de la humanidad, aún superviviente de antiguas civilizaciones prehistóricas? ¿Tal vez el odio? ¿La aversión a la diferencia? ¿La polarización ideológica? ¿No será más bien una polarización de intereses enfrentados, disfrazada de grandes ideas capaces de emocionar a masas de gente que ya no teme morir a causa del hambre, la guerra o la peste?
Vivimos acechados por grandes fábricas de producción de imaginarios colectivos a través de los medios y las redes de comunicación social. Estas maquinarias han conseguido, por ejemplo, que en Estados Unidos se haya producido un cambio sustancial, recogido por el profesor Pablo Aguiar Molina en un «paper» reciente del Círculo de Economía que dice que en los años 60 tan sólo un 1% de la población encuestada decía que se sentiría incómoda si un hijo suyo o una hija suya se casara con el votante de un partido político contrario. Hoy este porcentaje alcanza el 38%, explica. «Y no todo es por culpa de Trump: la tendencia es anterior a su mandato».
¿Qué nos está pasando? ¿Qué papel han jugado los medios de comunicación, los agitadores de las redes, los tertulianos de cuota, los fabricantes de historias de medio pelo, en un mundo que ya sólo teme el aburrimiento en vez de una hambruna improbable, una guerra mundial que ya no interesa a los mercados o una infección vírica que parece que nadie se acaba de tomar en serio?
Tal vez este aburrimiento haya convertido la política en un espectáculo, los partidos en catch all parties y la comunicación en instrumento de todo eso. Quizás haya llegado la hora de volver a poner a cada uno en su lugar y recordar que la política es un servicio público noble, exigente y respetable y que el periodismo y la comunicación son vehículos no menos nobles y necesarios para ayudarnos a convivir constructivamente con personas y colectivos diferentes.
Afortunadamente, hay un montón de políticos y comunicadores entregados a esta admirable misión, aunque el ruido que hacen los más alborotadores no nos permitan oírlos claramente.
Habrá afinar más el oído.
Feliz mes de noviembre.