Según el diccionario, la información es la acción de poner alguien al corriente de algo y la emoción es una reacción afectiva provocada por un factor externo más o menos visible. Ambos elementos son básicos a la hora de tomar una decisión. En Intermèdia solemos decir que sin información no hay comunicación, pero sin emoción, tampoco.
El problema surge cuando la información es falsa o la emoción es hueca. Es cuando aparece la pura propaganda y, en definitiva, la manipulación. Desconfiemos. Sobre todo, en este año que empezamos, que será intensamente electoral.
El psicoterapeuta Luis Muiño escribía hace seis años que todos queremos influir en la conducta de los demás y que la expresión emocional es una buena herramienta para conseguirlo. Por su parte, la profesora de la UAM, María Escat Cortés explica que la información aumenta el conocimiento y que la comunicación crea expectativas y plantea exigencias.
La mayor exigencia deseable es, por lo tanto, la del receptor. Cuando más exigente sea la audiencia, más valiosa será la información recibida y mayor la emoción de participar en un proyecto común, sea el que sea. La emoción sin argumentos suele conducir a la demagogia. La información pura y dura, al aburrimiento. Dos peligros siempre presentes en toda campaña electoral.
Que los dioses del Olimpo nos libren de ellos.
Feliz año 2019!