La escritora británica Jane Austen (Sense and Sensibility, 1811), dijo que para vivir feliz hay que compartir un propósito, practicar el compañerismo, respetarse mutuamente, ser moderados y comunicarse con sinceridad y buen humor. ¿Es posible crear esas cinco condiciones ideales sin que haya una buena comunicación en la familia, la empresa, el vecindario, el club, la población, el país o cualquier otra plataforma posible de organización social humana? Veamos.
A primera vista, la mayor diferencia perceptible entre moscas y hormigas es que unas vuelan y otras no. Volar, en principio, debería ser una ventaja competitiva, pero todavía no se ha dado el caso de una colonia de moscas cooperativas capaz de ayudarse mutuamente en la búsqueda y transporte de alimentos o en la construcción de una vivienda común. Las feromonas que fabrican las hormigas para comunicarse, les permite, en cambio, organizar su intendencia, fabricar hormigueros, alertar del peligro a las demás, establecer rutinas de trabajo y tener relaciones, digamos, sexuales. O, por lo menos, reproductivas. Como los insectos con alas, pero más discretamente.
Las moscas, en cambio, son muy hábiles a la hora de colgarse boca abajo del techo, pero no parecen tener tan desarrollado el sentido de la comunidad, a pesar de su reputada habilidad para reproducirse. Sobre todo en verano. Ambas especies de insectos son actualmente
estudiadas por especialistas en Robótica, con el objetivo final de obtener alguna utilidad de ello.
Concretamente, la Universidad de Harvard, creadora de un pequeño artefacto bautizado como «mosca robótica», investiga el tema desde el año 2013. Pero la impresión general y probablemente poco científica, es que las hormigas se comunican muy bien entre ellas, mientras
las moscas, que se relacionan muy bien con su entorno, son más suyas.
Ser mosca o hormiga, sin duda, no es una opción. Parecerse más o menos, sí. Todo es cuestión de releer a Jane Austen de vez en cuando. Y, sobre todo, de proponérselo.
Feliz mes de marzo.